Band of Brothers
En la tarde de hoy no voy a hablar del juego en sí. O al menos no en esta primera parte de mi crónica. Voy a escribir desde la emoción deportiva y con el debido permiso del lector, voy a comenzar nuestro encuentro semanal siendo autorreferencial.
Voy a escribir acerca de la extraña relación que me une a los Pittsburgh Steelers. Una relación que mi amigo Keith, creador de Steel Curtain Rising, no alcanza a comprender y que no deja de sorprenderlo.
Porque ayer sucedió algo.
Algo que para mí, como hincha, fue importante, en términos del juego, claro.
¿Cómo es que uno llega a hacerse hincha de los Steelers? (el término “hincha” aquí, en Argentina, se utiliza para referirse a los fanáticos)
Yo creo que lo que hace que un deporte tenga fanáticos, que apasione, es que el deporte tiene capacidad de emocionar. El deporte permite a cada uno de nosotros, simples mortales, identificarnos con una gesta épica, nos permite participar de ella, aunque estemos sentados frente a una pantalla, a miles de kilómetros de distancia y que uno se sienta parte de una comunidad de fanáticos determinada, aunque como es mi caso, jamás haya pisado la ciudad de Pittsburgh.
En el deporte quedan legitimadas las batallas. Es una “guerra” socialmente aceptada, sublimada.
- Yo no tengo raíces en el fútbol americano.
- No heredé identidad con este juego.
- No hablé jamás con mi abuelo acerca de un equipo.
- Nunca me contó historias acerca de este deporte.
- Mi padre nunca me llevó al estadio a ver al club de sus amores.
Es curioso, pero me siento más fanático de los Steelers que de Boca Juniors (podríamos decir que represento el fracaso de la transmisión paterna y vertical del amor a un club).
Un día decidí adoptar mi identidad Acerera, ser parte de la Nación Steeler. Nunca supe por qué. Solo sucedió.
Y me propuse criarla. Lo mío estaba impulsado al principio por la voluntad. Desde entonces colecciono hechos, pido “prestado” recuerdos, fotos. Atesoro nombres de jugadores que para mi eran sólo eso. Nombres. Jerome Bettis. Neil O’Donnell, Lynn Swann, Terry Bradshaw, Bill Cowher, Franco Harris.
Nombres que luego procuro llenar con significado. Unirlos a jugadas, a anécdotas, a estadísticas, a proezas, a “Recepciones Inmaculadas”. A tardes de gloria en lugares que me son extraños.
Me transformé en espectador de football americano en los tempranos ’90.
Soy un Steeler desde los años 1992 ó 1993, cuando iniciaba la Era Cowher.
¿Pero por qué traer a colación toda esta historia?
Porque ayer se escribió otra página heroica en la historia de los Steelers. Y no creo estar exagerando.
No.
Hay que reflexionar acerca del contexto en el que se desarrolló el partido.
Un equipo, el de los Steelers, que 7 dias atrás se había ocupado de aniquilarse entregando 8 veces el balón jugando con el tercer Mariscal de campo y cuyo plantel completo de corredores cometió fumbles. Dos semanas atrás, frente al mismo rival de ayer y obligado a jugar con QB suplente y lesionado dejó escapar una alcanzable victoria en casa.Tenía jugadores lesionados en todas las líneas.
Y lo más importante, lo dijo anoche, luego del partido el propio Charlie Batch: “Nadie fuera del vestidor, pensaba que podríamos lograrlo”.
Hace una semana, Charlie Batch trataba de encontrar explicaciones en el césped circundante a las bancas del estadio a orillas del Lago Erie, sentado solo. Sin más compañía que sus propios reproches: después de tanta espera estaba pulverizando la oportunidad de honrar el puesto de QB titular en su equipo.
Habría siete días para reconstruir y reparar las cosas.
Como había sucedido antes del primer encuentro contra los Ravens se presentaba el obstáculo para desafiar el carácter del equipo. En aquella oportunidad había sido la lesión de Ben Roethlisberger. En esta otra, la implosión del equipo que los llevó a la derrota frente a los modestos Cleveland Browns.
El Coach Mike Tomlin & co. retocó la plantilla de jugadores, refaccionó la línea ofensiva, recuperó a Troy Polamalu y a Antonio Brown. Desafió el caracter de Mike Wallace “degradándolo” a la categoría de co-starter. Pero por sobre todas las cosas mantuvo el espíritu del vestidor.
Y el equipo fue resiliente.
Y Charlie Batch también lo fue.
Quiero señalar tres momentos del partido que no sé si quedarán en la historia de los Steelers pero seguro que sí quedarán en mi historia con los Steelers.
- Tercer cuarto. 11:14 por jugar en el reloj. Jonathan Dwyer corre rumbo al touchdown precedido por el propio Batch quien realizó un bloqueo clave para anotar, mostrando una concentración superior y una entrega encomiable. Sentí que para él y hacia sus compañeros, hacia los entrenadores y para los fans del equipo, esa jugada tenía un sentido de reparación.
- Cuarto Cuarto y casi 11 min por jugar. La jugada del partido. El “viejo” James Harrison capturó a Joe Flacco provocando un fumble.
- Final del partido. Línea de banda. Un enorme Ben Roethlisberger contiene toda la emoción de un sollozante Charlie Batch. La escena se prolonga por unos minutos. Otros jugadores también se unen a ese abrazo de alivio. De redención.
Como espectador participé de esa gesta redentora. Fui testigo.
Ví llorar a dos hombres abrazados. Ví cómo uno de ellos, el más viejo, expiaba sus culpas en el hombro del más jóven. (tal vez se sintió como el depositario de toda la culpa. Tal vez más de la que le cupo)
Tal vez fue el parto de otro Nuevo Equipo.
Tal vez fue solo un partido más ganado que no lleve a ningun lado. El tiempo lo dirá.
A mí me gusta pensar que fue el nacimiento de algo. Algo grande.
Al fin y al cabo para eso está el deporte. Para hacernos creer que podemos más allá de las posibilidades. Para ser inspirador.
Siento que de este modo construyo mi identidad de Steeler.
El Dr. de Acero